En 1956, en el caserío La Pastora, Venezuela, Flor Ramos, de 12 años, vivía con María Romero, una mujer ya mayor que la cuidaba desde que su madre falleció poco después de su nacimiento. La vida de Flor transcurría entre labores domésticas y actividades del campo, rodeada de naturaleza y animalitos.

Un día, en una fiesta, Flor conoció a Melquíades, un joven moreno de 21 años, con ojos celestes, quien bailaba al ritmo de los tambores de San Benito. A pesar de la diferencia de edad, se sintieron atraídos el uno al otro, pero no intercambiaron palabras en ese momento.

Flor quedó impresionada por la apariencia de Melquíades, con sus ojos encantadores y nariz aguileña. Aprovechando que él visitaba a una familia cercana, comenzaron a comunicarse a través de cartas.

A pesar de la brecha de edad, las cartas fortalecieron su conexión. Al principio, Flor guardaba las cartas en un lugar secreto, pero con el tiempo, las escondió en el platanal, enterrándolas y cubriéndolas con piedras.

Finalmente, acordaron un plan para escapar juntos. Flor se escapó una noche, corriendo hacia los linderos del platanal donde Melquíades la esperaba. Se establecieron en un nuevo caserío llamado San José.

En 1959, Flor, a los 15 años, dio a luz a su primer hijo, Ubaldo, y a los 17, tuvo una niña llamada Greilis, quien es la madre del narrador de esta historia. La familia creció con la llegada de otros hijos: Alberto, Ana, Aurelio, Ángel e Irélida.

A pesar de la diferencia de edad y las adversidades, Flor y Melquíades han permanecido juntos durante casi 70 años. Se casaron varios años luego de tener hijos, y hoy Flor es conocida como Flor de Corona. Melquíades continúa cuidando su jardín y las plantas de la casa.

Esta historia refleja las vivencias de amor y aventura en la juventud, recordando que todos, en algún momento, han experimentado emocionantes historias de amor y grandes desafíos.